Japón psicodelia en Coruña

 Últimamente me he aficionado a beber un vino barato que venden en el supermercado de enfrente de mi casa, según mi abuelo tiene un excelente buqué y por tan solo un euro y veinticinco céntimos, la verdad es que está de puta madre. Para escribiros la reseña del concierto que vi viene cojonudo, ya que ahora bebiendo solo en mi casa y escuchando al grupo que fui a ver me vienen a la mente reminiscencias del mismo tan tangibles como la realidad misma.

Hace apenas un mes estaba en mi casa mirando como un bobalicón las actualizaciones de Facebook de la gente, una tras otra, hasta que hubo una que despertó mi curiosidad más allá de los pechos turgentes de alguna chica que tengo entre mis contacto o las aberraciones que suben algunos panolis que, la verdad, no sé ni para qué los tengo entre mis amistades cibernéticas. Un conocido distribuidor de música local advirtió que tenía a la venta entradas para el concierto de un grupo de rock psicodélico japonés que, por aquel entonces, no me sonaba de nada. Acid Mothers Temple, me pregunté, joder… ¿Qué mierda es esto? Japoneses haciendo música ácida y coño… Vamos a escucharlos. Para mi sorpresa eran muy buenos, me pasé esa semana entera escuchándoles sin parar viajando entre sus acordes ininteligibles y sus idas y venidas, entre sus sonidos repetitivos hasta que volví en mí mismo y me dije… Carlangas, no te pierdas a esta gente ni de broma.


No lo dudé, me compré la entrada por internet (once euritos no era nada) y tras intentar enganchar a algunos de mis compinches de fiestas y conciertos sin éxito alguno, emprendí, solo ante el peligro, la marcha que se convertiría sin duda en el mejor concierto que vi en todo el año.

Llegó el Sábado del concierto y resultó que quince minutos antes de empezar, mientras bebía en mi bar habitual, Paty, un amigo que conocí en el instituto hace ya casi nueve años, se había apuntado, así que me apuré la cerveza, me pedí otra para hacer más dulce mi marcha fúnebre hacia la hecatombe greco-japonesa que se iba a celebrar en la sala “Le Club” de La Coruña y me dirigí sin más dilación hacia el espectáculo.

Al llegar a la puerta se predecía que todo iba a estar bien, las cervezas previas habían hecho su efecto social y me sentía abierto tanto a la gente que había por allí como a la música que iba a sonar que sin duda es de difícil comprensión debido a su extraña forma. Conocí a un amigo de Paty con el que hablé de música un rato y con el que intercambié un par de grupos que me molaban, entre ellos como no a mi queridísimo Hank3, y entonces me fijé a mi alrededor y vi que había mucho heavy rondando la entrada, pregunté y me di cuenta de que los músicos venían a interpretar un disco de “Black Sabbath” muy conocido (que a mí no me sonaba de nada porque no escucho nunca ese grupo) que lleva por título “Paranoid”.

Yo volví a mi conversación sobre música hasta que de repente, aparecieron entre los heavies, los borrachos, Paty, mi nuevo amigo y yo unos tipos de lo más extraño con los ojos rasgados y portando sendas botellas de vino tinto que bebían de copones inmensos a grandes tragos. En ese momento pensé que unas personas que llegan a un lugar y beben la bebida local para emborracharse antes de tocar solo podían ser una cosa, genios. Es más, lo curioso es que en su visita a España, solo daban dos conciertos, uno en Madrid y otro aquí en mi bonita ciudad portuaria, algo que se sumó a lo de que se privaran el vino y me confirmara sin lugar a dudas que estos tíos eran la polla.


Ya me tardaba entrar, la gente se apelotonaba en la puerta, pero los privilegiados que ya habíamos adquirido la entrada vía web teníamos a nuestro propio matón en la puerta con nuestros nombres en una lista recibiéndonos como a marqueses y pasando del culo de todos los tipejos que se agolpaban para pagar en efectivo o mostrar sus entradas compradas en la tienda del vendedor de discos local. El caso fue que nada más pasar, como siempre, miré el ambiente y para mi sorpresa ya había más gente dentro y la verdad es que la sala estaba a reventar, cosa que me pareció muy curiosa ya que cuando compré mi entrada desde el ordenador, pensé que sería el único que iría a ver a los nipones en su visita al noroeste del país. Pues bien, hice lo que creo que hacemos todos nada más llegamos a un concierto, pub o bar cualquiera, me acerqué a la barra y eludiendo al camarero forzudo y de envergadura más que formidable, le pedí a la voluptuosa camarera una cervecita fresca para que el inicio del show me pillase armado y más que listo.

Las luces se atenuaron, el escenario quedó en una penumbra solo profanada por ciertos reflejos azules y rojos que iluminaban los bordes del púlpito donde inmediatamente se subieron los que serían nuestros propios Dionisos durante casi dos horas aquella madrugada. Un riff de bienvenida enmudeció al personal y acto seguido comenzó el espectáculo. Es difícil describir la situación tal como la viví, pero fue sorprendente en todos los aspectos. Yo que no conocía las canciones del disco de Paranoid, apenas me enteré de que los temas no eran creaciones del propio grupo, ya que habían hecho tan suyas cada una de las canciones que sonaba totalmente auténtico. Cuando remataron el primero de los ritmos, un golpe me subió desde la barriga al pecho, aquel dinero había estado bien invertido y no me hacía falta ni un minuto más para saberlo. Y fue justo en ese momento cuando un hombre que tenía delante se giró y me dijo: ¿Ca-loh’, que pasa Ca-loh’? mierda… ¿Quién cojones era ese pibe que se dirigía a mí de esa manera tan familiar? Mi cara lo decía todo y él se percató de que no tenía ni pajolera idea de quien mierda era, ¿Qué pasa, no me reconoceh’? Mi expresión volvió a delatarme, hasta que me explicó que nos habíamos conocido en una rave a las dos de la tarde a saber qué día hacía cosa de unas semanas, me dijo que le había encantado el tipo aquel que le había recomendado, ese tal Ty Segall ¡Hostia! Todo encajaba ya, era Ale, un sevillano muy majo con el que habíamos estado charlando bajo los influjos de todo tipo de sustancias en una noche que había sido realmente muy extraña. Esperaba de todo menos encontrarme a aquel hombre en ese concierto que no hacía más que deparar una sorpresa tras otra.

Los Acid Mothers Temple volvieron a la carga y sonaban con tanta finura y calidad, haciendo ese ruido tan grueso y sucio que era hasta orgásmico oírles. Aquellos cuatro japoneses eran cosa de otro mundo, el batería tenía todas las pintas de Steve Aoki, dándole una auténtica tunda a sus baquetas contra los parches y platillos, moviendo de manera frenética su larga melena y acompasando todo lo que hacían sus compinches que nada tenían que envidiarle en cuanto a extrañeza, ya que el bajista era el típico japo amigo del prota de una película de cine independiente que, borracho como una cuba, se anima a cantar en el karaoke a las tantas de la madrugada, rezumando olor a sake por los cuatro costados justo después de perseguir a una colegiala que buscaba inocentemente un escarceo amoroso tras discutir con su padre conservador y huir del hogar familiar con el uniforme de su escuela puesto. Pues bien, el tipo cantaba al mismo tiempo que rasgaba las gruesas cuerdas de su bajo con un pelo a la taza casi insultante para la época y un sobrepeso si no gracioso, peculiar cuanto menos. El líder de la banda y fundador de la misma Kawabata Makoto, con una habilidad increíble tocaba la guitarra agitando su pelazo ondulado y pisando sus pedales con unas botas de cowboy que pedían a gritos patear el trasero de algún idiota de la primera fila que grababa con su Smartphone el concierto para luego subirlo a Youtube. Pero sin duda el más raro de ellos era un señor con el pelo extremadamente fino y blanco con una perilla larga y canosa que tocaba lo que denominé como un clítoris musical (un extraño instrumento que al rozarlo y acariciarlo despedía por las pantallas un chirrido cósmico que daba el jugo meloso a la música que estábamos escuchando entre empujones y sudor aquel sábado noche) moviéndose de atrás hacia delante arrugando y frunciendo su ceño, manteniendo sus manos delicadamente en aquel aparato y teniendo su mente más cerca del cinturón de Orión que de Galicia, dando el toque hiperespacial que caracteriza al grupo, añadiéndole un matiz milenario debido a su aspecto de shaolin experto en artes marciales. Este personaje, no solo acariciaba su clítoris musical, sino que también soplaba la armónica con el ímpetu de Sonny Boy Williamson II pero con una técnica más próxima a la mía, un tanto burda, pero original.


Las birras me pesaban en la vejiga y el meato estaba a punto de escapárseme por la punta, así que entre empujones y medios bailes fui al baño a evacuar. Cuando acabé, salí y al pillar una canción ya empezada, no quise molestar a la peña y me quedé cerca de la salida de los servicios que, coincidentemente, estaba al pie del escenario, así de paso miraba los pedales de Makoto y las mallas ajustadas y muy punkarras del bajista, que desde mi anterior posición me resultaban inalcanzables a los ojos. La música seguía flotando gracias a los golpes de los cuatro componentes del grupo, y resultó parecerle tan buena al público que una solitaria chica que se acababa de pedir una copa, en la cual vertió la parte de Coca-Cola de manera muy violenta, decidió voltearse y entre gemidos y caras de odio se bajó los pantalones y las bragas y les mostró a los Acid Mothers Temple su conejillo y su culo, quien sabe si pidiendo algo o agradeciendo la visita de los japoneses a nuestra bonita ciudad.

De ahí al final del show, no podría explicaros como tocaron con palabras escritas y ya que en el fanzine no podemos incluir sonido o discos compactos ni archivos mp3, os recomiendo que escuchéis alguno de sus cd's como "Pink Lady Lemonade", "La Novia" o "The Beautiful Blue Ecstasy" donde tenéis horas de inmersión sensorial y de música casi tribal, pero con un toque transgresor y rockero muy serio. Los temas de esta gente duran desde minutos a horas, siendo algunos discos sólo un tema que con el tiempo va cambiando hasta tener una metamorfosis completa de manera continua.

Cuando concluyó todo, Ale, Paty y yo fuimos al bar Faluya donde como buen parroquiano, quedé tomando cervezas con ellos hasta el final de la noche, que cómo no, resultó en un kebab, pidiendo algo de alimento para irnos al sobre tambaleándonos por los efectos de la gran ingesta de alcohol de esa noche. No recuerdo que soñé esa madrugada, pero seguro que fue de lo más extraño y que le acompañó un despertar despeinado, resacoso pero satisfecho en cuanto a música en vivo se refiere.

Un abrazo compadres y os espero en Donato 4!!


Carlos Coppel 

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